Mango: La obsesión nacional más dulce

junio 20, 2025

Hay una razón por la que el mango es la fruta nacional de la India. No es solo un decreto oficial; es el consenso invisible de mil millones de corazones. Ninguna otra fruta ocupa un lugar tan prominente en nuestra psique colectiva. Madura no solo en los huertos, sino en la memoria. Tardes de verano abrasadoras, dedos pegajosos y risas, infancias marcadas por el primer bocado de la temporada. Los mangos son esperados, celebrados e incluso lamentados cuando la temporada llega a su fin. Llegan con el aroma de las hojas calentadas por el sol y dejan tras de sí un regusto de añoranza. Más que una fruta, es un sentimiento.

Desde el primer brote amarillo en el árbol hasta el último sorbo de la semilla, el mango encarna una especie de indulgencia india. Con cuerpo, sin complejos y profundamente sensorial. El acto de comer uno es casi ceremonial: cortar, cortar en cubos, sacar, chupar. Incluso el desorden es parte del ritual. No hay lugar para la moderación cuando estás en compañía de mangos. El jugo resbala por las muñecas, las bocas se tiñen de dorado, y lo que sigue es un silencio de completa satisfacción.

Pero nuestra relación con los mangos no se trata solo de sabor. Se trata de tiempo. Los mangos significan verano, y el verano en la India es un estado de ánimo, un espacio para el recuerdo. Habla de la libertad de las vacaciones escolares, del ritmo pausado de las siestas y del crujido de los periódicos viejos al cortar la fruta.

El mango tiene un romanticismo, una cierta intimidad con la que sólo están familiarizados los verdaderos conocedores de la fruta.  La suave dulzura de un Langda perfectamente madurado, el aroma de un Safeda pelado y el borde afilado de un Totapuri crudo sumergido en sal y chile son sabores grabados en nuestra memoria emocional.

En nuestro arte, literatura y tejidos, los mangos a veces aparecen como regalos entre amantes, a veces como símbolo de deseo y a veces como motivos de fertilidad y abundancia. El mango deja hojas en las entradas de las coronas y decora los mandaps de las bodas. En cada rincón del país, los mangos están envueltos en cultura, gastronomía y costumbres. Cada región reivindica su identidad: el jugoso Himsagar de Bengala, el meloso Banganapalli de Andhra y el perfumado Alphonso de Ratnagiri. Elegir un favorito es declarar una lealtad. Y luchar con fiereza por ella.

Y aunque el mundo se vuelve más ajetreado, más rápido y más procesado, la temporada de mangos nos sigue frenando. La esperamos. Planificamos en torno a ella. Nos reunimos por ella. Es una de las pocas cosas que aún une a la familia en la misma mesa, año tras año. Un tazón de Aamras frío puede silenciar a tres generaciones hasta que alguien pida más.

Sí, el mango es, sin duda, nuestra fruta nacional. Pero más que eso, es nuestra brújula estacional, nuestra nostalgia comestible, nuestra herencia más preciada. Cada mango lleva en sí la dulzura del recuerdo, el sabor ácido de la pertenencia y el tierno y dorado corazón de un país enamorado. Y quizás esa sea la verdadera magia del mango: su capacidad de hacer que el tiempo se sienta tangible. De transportarnos a regazos cálidos y mejillas pegajosas, al susurro de los árboles y al brillo de cuencos de acero llenos hasta el borde. En un mundo que tan a menudo olvida hacer una pausa, el mango nos enseña a detenernos, a saborear, a recordar. Temporada tras temporada, regresa no solo a nuestros mercados, sino a nuestros corazones … dulcemente atemporal.

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