El Durga Puja llega como un lento amanecer: ceremonial, luminoso y lleno de vida. Arraigado en un antiguo mito, conmemora la victoria de la diosa Durga sobre Mahishasura, una oda atemporal al triunfo del bien sobre el mal. El festival comienza con Mahalaya, un día de invocación en el que el Chandi Path y los recitales matutinos parecen llamar a la diosa para que descienda al mundo.
Durante diez días, la ciudad se transforma: los pandales, templos temporales y lienzos, se levantan de la noche a la mañana, cada uno de ellos fruto del trabajo de artesanos que esculpen radiantes ídolos de Durga y sus hijos. Recorrer los pandales se convierte en una peregrinación y un espectáculo teatral; algunos pandales se hacen eco de la mitología, otros comentan el mundo contemporáneo, pero todos invitan al asombro.
El ritmo es ritual y jolgorio. Saptami, Ashtami y Navami culminan en un crescendo sagrado: Anjali, la ofrenda de flores, al amanecer; Dhuno Pora, la ofrenda de humo, que envuelve el aire; el estruendo de los tambores dhak, que une a los desconocidos en un solo latido. Los ritos de Ashtami atraen la devoción con toda su fuerza; Navami intensifica las oraciones; y en Vijayadashami llega la despedida: Sindoor Khela, una tierna celebración entre mujeres manchadas de bermellón, precede a la partida de la diosa.
La gastronomía y la cultura se fusionan por todas partes: el bhog humeante, los dulces, los platos de pescado y las pithas convierten las ofrendas en banquetes compartidos. En toda la India, la despedida de Durga se superpone con Dussehra y el final de Navaratri —Garba y Dandiya resuenan en otras regiones— vinculando las costumbres locales a un ritmo panindio.
Durga Puja es oración y desfile, artesanía y gastronomía, tambores atronadores y tiernas despedidas. Para el visitante, no es tanto un evento como una inmersión: sentir la fe en movimiento, el arte en la devoción y el dulce dolor de la despedida entrelazado con la esperanza.