En un mundo fracturado por la fe y los imperios, en 1469 nació una luz tranquila en la aldea de Talwandi, una luz que iluminaría el camino de la unidad durante siglos. Guru Nanak Dev Ji llegó en una época de confusión espiritual, en la que las barreras de casta, credo y género dividían los corazones. Sin embargo, su mensaje era sencillamente cautivador: Ik Onkar, solo hay un Creador y todos estamos conectados a través de ese hilo divino de unidad.
Con los pies descalzos y una compasión sin límites, Gurú Nanak viajó por la India, el Tíbet, Arabia y más allá en sus Udasis, viajes espirituales que trascendían la geografía y la religión. En cada encuentro, buscaba el diálogo por encima del dogma, la armonía por encima de la jerarquía. Sus palabras fluían no como sermones, sino como canciones, los versos del Japji Sahib, que llevaban la fragancia de la verdad, la humildad y el amor universal.
Sus enseñanzas eran un llamado a vivir con sinceridad y gracia: Kirat Karo (gana honestamente), Naam Japo (recuerda lo divino) y Vand Chhako (comparte con los demás). A través del seva (servicio desinteresado) y el sangat (comunidad), imaginó un mundo en el que la dignidad pertenecía a todos, donde la compasión era la forma más elevada de sabiduría.
Más de cinco siglos después, su mensaje sigue siendo dolorosamente relevante. En una era definida por el ruido y la división, la voz de Guru Nanak sigue susurrando quietud, igualdad y luz, recordándonos que la mayor peregrinación no es a tierras lejanas, sino hacia el interior, al santuario silencioso del alma.
Para aquellos que escuchan, su verdad atemporal sigue viajando, de corazón en corazón, como una oración llevada por el viento.